No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Vivimos en una sociedad que nos envuelve en las prisas desde que nacemos. Nada más llegar al mundo empiezan las prisas: "Pesemos al bebé, vamos a medirle, vamor a bañarle..." ¡Como si no hubiera más tiempo para hacerlo! Como si lo esencial pasase desapercibido.
La educación se ha convertido en comida rápida para el cerebro. A pesar de que la neurociencia cada vez nos deja más en claro qué necesita un ser humano para un desarrollo sano, es como si cada vez lo tuviésemos menos en cuenta: cantidades ingentes de extraescolares, horarios maratonianos imposibles de digerir y siempre prisas... Por la mañana, al salir del cole, al irse a la cama...
¿Y los padres y madres? Misma situación de estrés y presión: trabajos, lavadoras, montones de ropa, comidas, lleva al niño aquí, allá.... Padres que crían bajo presión constante, con un montón de ideas e información, cada vez más información, fotos de familias perfectas en instagram, consejos sobre alimentación sana, crianza respetuosa y unos horarios laborales incompatibles con todas esas expectativas.
- Educar bajo presión acorta la mecha.
- Educar con muchas expectativas acorta la mecha.
- Educar sin energía acorta la mecha.
- Educar con prisas acorta la mecha.
Siempre digo en mis talleres presenciales Montessori de familias que la mayoría de padres y madres que he conocido durante estos años viajando por España y que habían llegado a la educación respetuosa por algún libro, por alguna asociación, por internet, por algún amigo... Estaban criando con un corsette puesto. Como si nunca consiguieran del todo el objetivo, como si siempre pudiesen hacer más, como si además de cumplir con todo lo que se espera de una familia consciente tuviesen que trabajar, cocinar sano, hacer deporte, trabajar y sacar tiempo para hacer desayunos fotografiables, hacer cosas juntos en casa y leer cuentos...
¿Y el tiempo? ¿Y la energía?
Hoy quiero reivindicar la maternidad y la paternidad real. Quiero reivindicar una maternidad y paternidad consciente sí, pero adaptada siempre a las circunstancias de cada familia, al momento personal del adulto y a al nivel de energía...
Una maternidad real donde nos quitamos el corsette y respiramos. Una maternidad real en la que nos equivocamos, en la que comemos pizzas congeladas de vez en cuando, en la que tenemos días en los que no podemos más, en la que te enfadas, pides perdón, te olvidas de un cumpleaños de un amiguito del colegio, vas al chino a por el disfraz la tarde antes y te quedas dormida antes que tu hijo cuando tratas de leerle un cuento.
Una maternidad real donde nos podamos liberar de una puñetera vez de la presión y tirarnos al suelo con nuestros hijos a "no hacer nada" y disfrutarlo, una maternidad en la que vamos fluyendo sin ninguna expectativa, sin evaluarnos continuamente (no debería hacer esto, debería estar haciendo esto otro) y comenzamos a disfrutar de ser padres y madres, sin pretensiones, aceptando a nuestros hijos tal y como son (a los que se mueven mucho, a los que se mueven menos, a los que no paran o a los que paran mucho).
Hoy reivindico una maternidad real adaptada a ti. Donde no pretendas cambiarte de la noche a la mañana y de principio a fin, una maternidad en la que no solo aceptes a tu hijo, sino que te aceptes también a ti y comiences a brillar desde ahí.
Los niños no necesitan padres y madres perfectos. Solo necesitan tenermos más presentes, más libres de presión y de mejor humor.
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