Cuando chantajeamos a un niño, cuando le premiamos o le decimos lo bueno que es, lo bien que hace todo y lo que nos gusta su comportamiento, en realidad, vamos cargados de buenas intenciones.
¿Alguien podría pensar que una abuela dando una piruleta a un nieto y diciéndole lo bien que lo hace todo tiene malas intenciones con respecto al niño?
El adulto quiere expresar afecto, quiere motivar, quiere redirigir la conducta hacia algo positivo y constructivo... Estas son las expectativas del adulto, claro. La realidad es que todas estas palabras caen en el niño como losas. ¡Qué bien te portas! ¡Qué bueno eres! ¡Cómo obedeces de bien a mamá!
¿Y cuándo me porto mal? Recibo castigos, gritos, amenazas...
¿Qué interpreto como niño? Que mi familia sólo me quiere cuando me porto bien. Así de simple.